En el coloquio cotidiano de la política la palabra democracia se repite incontables veces. Sin embargo, la verdadera práctica democrática no radica en la mera referenciación verbal, sino en el abordaje práctico que la política debe realizar.
En un país que se derrumba frente a la muerte, la pobreza, el desempleo y la deserción educativa la palabra debe ser el elemento clave para lograr recrear la confianza y el vínculo necesario con una sociedad que espera un salto de calidad en la política.
Los procesos políticos en la argentina llevan años reduciendo su discusión a meras cuestiones coyunturales, mientras tanto éstas van perdiendo importancia frente a una realidad que deja al descubierto la incapacidad de construir soluciones a los problemas que se presentan en el mediano y largo plazo. Mientras se banaliza la discusión política y se revaloriza la rosca, el costo de los resultados son absorbidos por una sociedad desesperanzada y descreída que no tiene más margen.
¿es posible construir vínculos sanos entre la política y la sociedad si la palabra pierde todo su valor? El interrogante es necesario ante un proceso de degradación que va dinamitando los pocos puentes que unen a cada vecino con la dirigencia que pretende representarlos. Esta realidad es el reflejo de lo que sucede puertas adentro de los partidos.
La degradación de la palabra encuentra su ponderación cuando el ejercicio del poder se realiza de forma desmedida y concentrada, y solo encuentra su lugar en la improvisación. La sociedad necesita preguntarse hasta el hartazgo sobre la palabra como valor.
El valor de la palabra debe ser el eje central del debate presente y futuro, no puede desvergonzadamente manifestarse la intención de querer representar a los vecinos como un mero trampolín para ocupar otros espacios de poder en próximos procesos electorales. Una pésima señal para una sociedad que espera como mínimo lealtad de sus representantes.
La lucha por el acceso al poder no puede estar signada por la especulación, la voracidad o el personalismo irracional que no duda en burlar la confianza depositada por el votante. Los roles institucionales no pueden ser escalones de la ambición personal. Las elecciones de medio término suelen potenciar esa voracidad con candidaturas testimoniales, candidaturas trampolín o virtuales. Los representantes tienen la obligación de darle valor a la palabra y cumplir con los mandatos al que se han comprometido.
La sociedad espera madurez y responsabilidad para que la política no se transforme en aquello a lo que tanto se critica. La mentira debe ceder ante la interpelación sincera a cada votante donde la palabra tome el valor necesario para promover el crecimiento en la calidad y profundidad de la discusión política. El ejercicio sano del poder requiere políticos que tengan la capacidad de construir consensos, dialogar con el diferente, ejercitar la empatía y reflexionar sobre los errores para consolidar nuevos paradigmas que tengan la palabra como base fundacional.
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