No coincido con Federico Aríngoli en su columna, en primer lugar porque la violencia política por definición es la utilización de la fuerza de forma sistematizada como forma de amedrentar a un grupo político determinado o individuo político, o impedir que estos desarrollen sus ideas.
No veo en el hecho ocurrido en recoleta una situación de violencia política, no hay sistematización, no hay organización dirigida a eso. Es peligroso confundir las situaciones, porque la diferencia entre riesgo democrático y hecho delictivo es abismal. ¿Es un hecho grave? Sin dudas, todo lo que debió funcionar adecuadamente funcionó mal, en materia de seguridad y orden.
La sociedad Argentina no está enferma, en eso coincido, solamente desde 1945 a la fecha ha tenido dificultades para comprender que el camino del populismo tiene como destino el abismo y los atajos no son buenos, las interrupciones democráticas en el medio solo empeoraron las cosas. Es cierto, existe resiliencia ejemplo de ello fue el impacto de la quema del cajón en manos de Herminio Iglesias, o los actos donde se colgaban fotos de periodistas y políticos opositores para que sean quemadas, escupidas o apedreadas en plaza de mayo.
El Nunca Más y el proceso, han sido el resultado de la intolerancia y la violencia que no nacieron en 1976, sino mucho antes cuando la institucionalización de la Triple A de mano del gobierno peronista y la lucha por el poder de esa fuerza con la muerte del mismísimo Perón, izquierda y derecha del movimiento llevaron a la ruptura de la convivencia democrática y el resultado fatal para miles de argentinos. Para la industria nacional y el desarrollo económico también. Terrorismo de Estado y terrorismo de facciones como Montoneros y ERP. Algo sabemos los argentinos de violencia política.
Ejemplos de parcialidad sobran, son insoslayables, pero parece que si “izquierda” o el “progresismo” es válido o se lo puede dejar pasar. “hay que temerle a dios y un poquito a mi también”, “probemos las taser con Antonia Macri” “A Macri hay que ahorcarlo en la plaza” “Se busca sin vida a Patricia Bullrich”; “Matar liberales es salvar a la Patria”. Pero solo importó que Ricardo López Murphy dijera “Ellos o nosotros” cuando se refirió a la falta de orden y la denostación del monopolio de la fuerza del Estado para impedir que algunos se adueñen de las calles, eso sí aplaudir que no lo dejaran ingresar a un aula para dar una charla resultó correcto. Nadie se horrorizó cuando Geuna le impidió a Martín Tetáz expresar ideas similares a éstas.
El ejercicio de la libertad de opinión es fundamental para el desarrollo de las ideas y la construcción de los consensos, aun cuando esas opiniones en principio parezcan irreconciliables. Como se leyó en un tweet “Cuando atentaron contra Bolsonaro, se debió a que su discurso era de derecha, con lo de Cristina la culpa es el discurso del odio de la Derecha” siempre la responsabilidad es el que interpela a la izquierda populista, pero no la destrucción moral del populismo que se asemeja más a una cleptocracia con esclavos gerenciados a fuerza de planes sociales que a un gobierno de izquierda que pretende conquistas sociales. Hoy el populismo gobierna desde el miedo y la agresión contra todo aquel al que se resiste a obedecer y serles serviles. Toda acción que interpele esa maquinaria de corrupción, despilfarro de fondos públicos y restricciones a la libertad económica es tachado de fascismo. No se trata de infantilismo político, se trata de que ante hechos específicos se exige corrección política para que nadie se ofenda, porque decir la verdad o no ir ciego en un colectivo de dudosa moralidad incomoda demasiado.
La argentina no tiene forma de reconciliarse, hay un abismo moral entre república y populismo, entre justicia e impunidad, entre libertad y opresión. Argentina atraviesa el camino más duro de su historia política, el de vencer al pasado que le arrebato el orgullo de ser una de las economías más fuertes del mundo, a una que compite dolorosamente con ganarle a Venezuela en los índices de inflación y empobrecimiento.
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